miércoles, 1 de febrero de 2012

Salta y Bolivia (y Jujuy) /8 Salta, última parada

Escribimos desde un hostel salteño, a sólo algunas horas de tomar nuestro vuelo a BsAs (y de ahí a La Plata). Para no sumar confusión, aclaramos que el vuelo sale mañana, jueves 2 de febrero.
Suponíamos que nuestro último post iba a ser un poco confuso si uno no dispone de mapa. Básicamente y resumiendo, tuvimos que volver de Bolivia por Jujuy y no por Salta, porque los caminos que llevan a los pasos internacionales salteños estaban cortados por un conflicto en la provincia de Tarija. Explicado así, suena más simple, ¿no?
La última vez que les escribimos estábamos en la terminal de Santa Cruz de la Sierra, haciendo tiempo para que saliera nuestro ómnibus a Sucre. El regreso a Argentina fue bastante agotador: salimos por la tarde del jueves 26 de enero en una empresa de ómnibus (en Bolivia las llaman "flotas", aunque cuenten con sólo 2 unidades) de cuyo nombre no quiero acordarme: "Trans Oruro". Sumado a la incomodidad del transporte en sí (no conseguimos semicama sino bus normal, con butacas menos reclinables que las del 60 o la empresa TALP), el viaje tuvo todos los condimentos del transporte boliviano: una chola que viajaba con sus 3 hijitos, a quienes solo les había sacado un asiento (es decir, iban 4 seres humanos en 2 asientos), alimentaba con una especie de balde-tupper lleno de arroz, papa y pollo frío, y además llevaba unos pollitos vivos en una caja debajo del asiento. Cuando los choferes no ponían esa bailanta pseudo-alegre-sentimental que caracteriza todos los viajes en Bolivia, los breves silencios del motor permitían escuchar el incesante pío-pío-pío de los animalitos. Para cumplir con una de las Leyes de Murphy, luego de que el micro partió de Santa Cruz, Vic puso la radio de su celular y escuchamos que el bloqueo se había levantado... Así y todo, suponemos que los pasos de Tarija deben haber estado muy cargados por toda la gente que no pudo circular durante 8 días, y además no sabíamos hasta qué punto se había resuelto el conflicto y cuándo se iba a normalizar del todo la situación. A esto se puede agregar que el camino no era el mejor y que el bondi se rompió y estuvo parado unos 40 minutos en el medio de la nada, de modo que, en lugar de llegar a las 7 de la mañana como nos habían dicho, arribamos a Sucre a eso de las 9.00 (porque el Trans Oruro parecía correr una carrera de lentitud contra un caracol), hartos y desalentados porque nos esperaba otro viaje similar en muy pocas horas.
Estuvimos viendo qué pasajes podíamos conseguir para Villazón (la frontera internacional con La Quiaca, Jujuy), y finalmente conseguimos un micro realmente semicama, tipo "panorámico" (con un gran vidrio en los primeros asientos), para esa misma tarde, que estaría llegando a Villazón a la madrugada del sábado 28.
De ahí nos dirigimos a nuestro refugio en Sucre, el hostal Santa Cecilia, donde ya nos habíamos alojado y donde siempre nos trataron magníficamente. Como no tenían habitación, tuvieron la enorme gentileza de prestarnos por esa tarde la habitación del hijo de la familia, que no estaba, y además no nos querían cobrar, lo cual casi que nos dio vergüenza por tanta amabilidad. No sólo eso, sino que al llegar nos sirvieron un riquísimo desayuno. Siempre estaremos agradecidos con los dueños.
Nos repusimos un poco del viaje durmiendo unas horas y dándonos un buen baño, y después fuimos a almorzar a un café muy lindo que está sobre la plaza principal, que afortunadamente está abierto a toda hora y donde se come bien (en parte, todo esto se debe a que el dueño es francés).
Como se debe notar por estos párrafos, ya estábamos un poco cansados de la "aventura" boliviana: nos habíamos cansado (y a veces descompuesto) de la comida y lo inflexible de los horarios, la precariedad de la ruta y el transporte, de tener que andar cambiando continuamente de lugar porque algunos de los lugares que conocíamos no nos convencían o nos parecía limitado lo que podíamos hacer. Y además, la nota "argenta" es que ya extrañábamos unas empanadas o milanesas que realmente merecieran ese nombre, o algo de verdura, pasta o tartas. "Entonces, ¿para que fueron a Bolivia?" Bueno, básicamente porque nos gusta conocer lugares nuevos, y porque en todos los viajes el descubrimiento de lugares, tradiciones, comidas y gente distinta es gratificante, más allá de algunos eventuales desencuentros que le dan el toque pintoresco al relato. La conclusión que sacamos es que para disfrutar Bolivia en la medida justa, lo mejor es combinar el viaje con otro país (como hicimos en el caso de Perú-Bolivia).
Como dijimos más arriba, partimos para Villazón el mismo viernes 27 a las 18:30 horas. Por suerte el micro ya se parecía bastante a los de larga distancia argentinos. Para nuestra grata sorpresa, y contrariamente a la información que teníamos en nuestro Atlas de Rutas, todo el camino desde Sucre a Villazón está asfaltado, así que el viaje fue mucho más rápido y agradable que el anterior. Además, nos pasaron una película buenísima que nos hizo reír mucho, The Other Guys .
La única nota de color fue que en el asiento que estaba detrás nuestro viajaba un matrimonio con un bebé y en un momento, como el pibe lloraba, lo acostaron sobre el piso, en el pasillo del micro (práctica que vimos repetirse en otras oportunidades).
El viaje fue bastante rápido y llegamos a Villazón el sábado 28 de enero, como a las 5 de la mañana. Hicimos tiempo hasta que aclaró un poco, tipo 6 y nos dirigimos hacia el paso fronterizo. Ya se había formado una cola de media cuadra y al poco rato de llegar nosotros, la cola se extendió por unas 2 cuadras, más o menos. Esperamos como hasta las 8, cuando agilizaron un poco la cosa y pudimos pasar para la madre patria. Tomamos un taxi que compartimos con una pareja uruguaya muy simpática hasta la terminal de La Quiaca y conseguimos un micro que partía a las 9.20, para bajarnos en Yala, un pueblo que está a 15 km de San Salvador de Jujuy que nos había quedado pendiente en nuestro anterior viaje al norte, allá por 2006. Desandamos todo el camino de la Quebrada de Humahuaca, mirando los pueblos y recordando anécdotas de aquel viaje: de a poco pasaban en el recuerdo Yavi y Yavi Chico, Abra Pampa y nuestra frustrada incursión a Laguna de los Pozuelos, Humahuaca e Iruya, Tilcara y su "enero tilcareño", Uquía, Maimará, Purmamarca con su cerro de los siete colores... La única nota "boliviana" del viaje fue que nos pasaron música de Lerner, Montaner, y dos minitas que cantaban una cumbia romántica insoportable, "Ángela" y "Antho Mattei".
Cuando el micro hizo una parada en Humahuaca, Sofi bajó meteóricamente a conseguir empanadas caseras que devoramos con avidez y gusto.
Yala tiene un paisaje boscoso y verde, diferente del de la Quebrada de Humahuaca, y tiene como atractivo un parque provincial donde hay 4 lagunas, además de varios ríos que la atraviesan. Nos alojamos en una hostería lindísima que era una casa antigua, como de 200 años, con una galería cubierta y paredes gruesas. El lugar era espectacular, con un gran jardín, el río muy cerca y desayuno incluido. Además, nos atendieron de 10, así que nos quedamos 4 noches.
Esa misma tarde fuimos a la pileta de un camping que está al lado, a la que teníamos acceso gratis porque el dueño es hijo de los dueños de la hostería (todo queda en familia...). Después fuimos a comer algo y disfrutamos de una buena pizza por sólo $20, casera, que ciertamente demoró menos que la "1 hour pizza" de Samaipata. Además, dormimos como troncos en una cama, cosa que no hacíamos desde Sucre, o mejor dicho desde Concepción, en Chiquitos.
El domingo 29 nos fuimos a Reyes, una localidad que también está muy cerca de Yala y de la capital de Jujuy. Ahí hay una hostería de montaña con termas y también algunos balnearios privados con piletas termales. Fuimos al más barato y ahí comimos unos sándwiches que habíamos llevado y disfrutamos de las aguas termales y el sol, hasta que a la tarde se empezó a nublar un poco. Como era domingo, el lugar estaba lleno de familias locales haciendo unos asados monstruosos en los que sobraban montañas de carne, y además chupaban vino que daba miedo. Digamos que ya nos sentíamos en casa.
El lunes 30 tomamos coraje y decidimos emprender la caminata a las lagunas de Yala, porque en realidad no hay transporte que te lleve: como el camino es de ripio y se pone feo por los derrumbes y las crecidas, muy pocos remiseros te llevan, y los que van te piden $50 (sólo por hacer 11 km, de ida).
Decidimos tomar la opción barata y aventurera: nos tomamos un colectivo que lleva a un paraje muy lindo, con casas quintas y un río espectacular, llamado Los Nogales. De ahí son unos 8 km en subida por los cerros y las yungas jujeñas hasta las lagunas. Lo tomamos como lo que era: un lindo paseo y un lugar con paisajes espectaculares y aire puro. Además, en un momento un señor nos mostró un atajo (acá lo llaman "enderezadero"), así que nos ahorramos una partecita del recorrido. Tardamos aproximadamente dos horas en hacer la caminata, y preveíamos que el regreso nos llevaría una hora y media, porque era en bajada. Lo único que nos pegó un poco fue el calor (empezamos a subir a eso de las 11.00, y llegamos a eso de las 13.00 a la segunda laguna), pero teníamos gorro, protector solar, repelente y mucha agua.
Teníamos el dato de que al llegar había una hostería-restaurant, cosa que así fue, entonces nos autorecompensamos con un buen almuerzo mirando hacia la laguna más grande, llamada Rodeo. El paisaje es realmente muy lindo, porque las lagunas son de un verde intenso y están entre las montañas; no tienen nada que envidiarle a un lago de la Patagonia. Lo único malo fue que luego de almorzar, cuando iniciamos el camino a la tercera laguna, se nubló todo y comenzó a llover torrencialmente, así que nos guarecimos nuevamente en la hostería donde estuvimos esperando unas 2 horas hasta que paró un poco, aunque no estaba despejado. Comenzamos el descenso y a los 15 minutos de caminar escuchamos el ruido de un motor: se aproximaba una camioneta. Nos tiramos el lance de hacer dedo porque el cielo seguía bastante negro y no sabíamos cuándo vendría el próximo chaparrón. Por suerte la camioneta frenó y nos dijo que subiéramos en la caja. Cuando lo hicimos nos encontramos con que no estábamos solos, porque había una vaca recién carneada ocupando casi todo el espacio. Sofi tenía la cabeza a poquitos centímetros y las patitas detrás, y Vic viajó todo el camino mirando atónito el mondongo e hígado que tenían un color marrón y carmesí respectivamente. Además, debajo de una gran lona azul iba todo el resto del bicho, sin duda camino a una carnicería local. Desgraciadamente, esto no bastó para hacernos vegetarianos, porque al día siguiente nos comimos un lomito y una milanesa sin mucho remordimiento (quizás, de la rígida amiga que habíamos conocido el día anterior).
La camioneta nos dejó nuevamente en el pueblo de Nogales, que está a 3 km de Yala, así que nos fuimos caminando hasta nuestro hostal bajo la lluvia, porque al ratito que llegamos comenzó a llover nuevamente. Eso nos hizo agradecer al amigo que a pesar de "tener la vaca atada", nos levantó e hizo el regreso mucho más rápido.
El último día en Yala decidimos ir nuevamente a las Termas de Reyes, porque después de la tormenta del día anterior, los ríos estaban demasiado crecidos y revueltos como para poder bañarnos cerca del Hostal. En las termas sabíamos que teníamos pileta seguro y además estaba calentita. Llegamos a Reyes con un sol radiante y, para no ser la excepción, a la media hora se había nublado todo nuevamente e incluso lloviznó de a intervalos. Por suerte el agua de la pileta estaba a temperatura de ducha y nos bañamos igual. Vic se hizo amigo de dos pibes de S. S. de Jujuy, con los que estuvo hablando, y que le contaron que incluso va gente a las termas en pleno invierno, para meterse en las piletas cuando está todo nevado, como lo hacen los esquiadores en las piletas climatizadas de Las Leñas o Portillo (Chile).
Comimos muy rico, abundante y barato y volvimos a la tarde después de unos mates. La lluviecita y las nubes no aflojaron, pero por suerte pudimos disfrutar igual.
Hoy desayunamos, hicimos las mochilas y tomamos un taxi rumbo a la terminal de Jujuy; ahí hay micros continuamente a Salta y el servicio es excelente, así que pasado el mediodía ya estábamos de nuevo en Salta "la linda". Acá conseguimos un hostel mejor y barato que el de la ida (nos sale $130 con desayuno y baño privado, y hasta nos pagaron el taxi de la terminal hasta acá). Además, como tienen computadoras, les estamos escribiendo desde el hostel. Ahora vamos a hacer el check-in virtual de nuestro vuelo y mañana volveremos a las pampas bonaerenses: llegaremos a La Plata a eso de las 7 u 8 de la tarde.
¡Gracias a todos los que nos estuvieron siguiendo y leyendo en este mes de
aventuras boli-salteño-jujeñas!

jueves, 26 de enero de 2012

Salta y Bolivia /7 De la Chiquitanía... ¡de vuelta a Sucre!

Contrariamente a lo que están esperando, no escribimos desde la "Chiquitanía", sino desde Santa Cruz de la Sierra. Es la ciudad por la que más veces pasamos en Bolivia, y sin embargo no se puede decir que la conocemos, porque siempre estuvimos de pasada (ni siquiera fuimos a la plaza principal, que es algo así como el punto de partida infaltable para conocer cualquier ciudad o pueblo de Bolivia). Con ésta, ya van tres veces que pasamos por la "terminal bimodal" de la que salen los trenes y ómnibus: la primera, cuando llegamos desde Buena Vista hacia Samaipata; la segunda, de Samaipata hacia Concepción; la tercera, ésta, recién llegados de Concepción y con destino a... Sucre. ¿Por qué tantas idas y vueltas? Lean y se enterarán.
El martes 24 de enero nos levantamos y preparamos todo para salir de vuelta a Santa Cruz desde Samaipata, ahora notablemente vaciado de turistas locales y extranjeros después del famoso fin de semana largo que casi nos deja sin alojamiento. Hicimos las mochilas, nos fuimos del "Palacio del ajedrez" (donde, desgraciadamente, aunque tienen un tablero gigante de loza, no pudimos ver ningún ajedrez viviente ni tampoco una competencia de partidas simultáneas) y nos dirigimos hacia la plaza del pueblo, de donde salían las "trufis" de vuelta a Santa Cruz.
El día anterior habíamos averiguado por la única compañía de ómnibus que lleva de vuelta a Santa Cruz, porque queríamos evitar caer nuevamente en el auto de un "taxista asesino" como el de la ida. Sin embargo, nos dijeron que el ómnibus salía a las ¡4 de la mañana! Cuando preguntamos por qué éste (y muchos otros) ómnibus tenía un horario tan espantosamente incómodo, el taxista que nos llevó a los Chorros nos explicó algo que iluminó bastante la cuestión. Parece que muchos bolivianos se trasladan de un lado a otro para comprar, vender o hacer negocios (recuerden que un 90% del comercio sigue siendo informal... ¿factura? ¿qué es eso?), de manera que necesitan llegar lo más temprano posible al lugar en cuestión y volver en el mismo día después de haber hecho sus actividades. Eso hace que, de paso, se ahorren una noche de alojamiento, porque se duerme (como se puede) en el ómnibus.
A nosotros dicha costumbre nos viene afectando porque ya son muchas las noches que pasamos arriba de un ómnibus, no siempre en las condiciones más cómodas, aunque tratamos de adaptarnos y no quejarnos. Pero pagaríamos gustosos bastante más por que hubiera más opciones de semicama o cama para conciliar el sueño (y menos ripio, ya que estamos).
En fin: para resumir, llegamos a la plaza eso de las 9.00 y ahí nos enteramos de que los taxistas y conductores de "trufis" estaban haciendo una protesta sindical frente a la alcaldía (parece que quieren abrir otro sindicato y ellos se oponen), o sea que no había perspectivas de que ningún transporte saliera antes de las 11.00. La única opción era ir hasta la ruta y ver si ahí conseguíamos que algún transporte camino a Santa Cruz parara y nos llevara (esto, que sería casi imposible en Argentina, es bastante frecuente en Bolivia).
Ahí había dos locales y tres chicas suizas muy jóvenes que también esperaban. Mientras nos poníamos a charlar con las suizas (una hablaba bastante bien, las otras dos alternaban entre rien y chamuyo), relojéabamos cuanto transporte pasaba. Finalmente yo (Vic) paré una camioneta que se detuvo, y los dos muchachos que iban en ella dijeron que nos llevaban. Cuando les preguntamos cuánto nos salía, dijeron que nos iban a llevar gratis. Así que, por una vez, garcamos a los locales y nos fuimos Sofi, las tres suizas y yo (Vic) con los dos muchachos. Resultó ser que ellos trabajan en "YPFB", la empresa más importante de petróleo y gas del país, que pasó a ser prácticamente la única a partir de la reestatización de los hidrocarburos. Los muchachos, llamados Beimar y Miguel Ángel, resultaron ser muy simpáticos y estuvimos charlando bastante con ellos sobre Bolivia y la política regional de nuestros países, entre otros temas. Además manejaba mucho mejor que el tachero asesino de la ida.
Tuvimos mucha suerte porque Miguel Ángel tenía que ir a la terminal, así que nos dejó justo donde queríamos. Una vez aquí (en la terminal) sacamos pasaje para ir a uno de los pueblos de la famosa Chiquitanía, es decir, la zona de las misiones jesuíticas en Bolivia. Por consejo del matrimonio cruceño que conocimos en Samaipata (los que estaban con los dos alemanes que nos invitaron a almorzar), nos dirigimos al pueblo de Concepción. Afortunadamente, la ruta es toda asfaltada y hay mucha frecuencia de micros, que además son cómodos. Concepción está a 170 km de Santa Cruz, yendo hacia el noreste. Como todos los pueblos de la Chiquitanía están casi dispuestos en círculo, nuestra idea era hacer ese círculo y regresar a Santa Cruz, pero eso fue sólo una ilusión, porque el asfalto llega sólo hasta Concepción y no pudimos saber a ciencia cierta si hay o no transporte a partir de allí.
Desembarcamos en Concepción a eso de las 20:30, pero gracias a nuestra Guía del Buen Pirata, ya habíamos llamado a varios alojamientos, entonces nos dirigimos al que más nos había convencido, que quedaba a media cuadra de la plaza. Descansamos como Dios manda y al día siguiente comenzamos a recorrer el lugar. Un detalle importante es que el Hostal tenía un desayuno muy completo, ya se nota la cercanía con Brasil. Por fin pudimos comer ensalada de fruta, jugos naturales, panes, ¡café con leche! e incluso huevo revuelto (obvio que sólo Vic, era demasiado heavy para Sofi).
El consejo de la odontóloga cruceña fue acertado, porque Concepción es algo así como el epicentro de las misiones jesuíticas de Chiquitos. Allí está lo que sería la catedral de la región y realmente era para caerse de culo (perdón por la delicadeza), porque la iglesia es espectacular, nos dejó maravillados. No se imaginen algo parecido a las ruinas de San Ignacio, porque las iglesias de la Chiquitanía son todas íntegramente de madera, y fueron restauradas a partir de la década del '70 y por un período de 25 años por un arquitecto suizo que vino a quedarse acá, llamado Hans Roth. El trabajo que hizo fue increíble, porque trató de respetar lo más posible lo que fueron las iglesias al momento de su construcción en los ss. XVII-XVIII. Entonces tienen un trabajo de madera tallada, torneada y pintada que nunca hemos visto antes. Para lograrlo, creó una Escuela Taller donde se le enseñó el oficio a la gente de la zona y ellos mismos fueron los que hicieron el trabajo (es decir, los descendientes de los originales constructores); esa escuela existe hasta ahora y pudimos visitar los talleres, aunque están de vacaciones. Además, consiguió financiamiento internacional y logró que la UNESCO declarara al conjunto Patrimonio de la Humanidad en 1990.
Otra cuestión importante es que Hans Roth también recuperó partituras que los jesuitas e indígenas escribieron, así que hay música de misas, óperas y piezas barrocas. Esas partituras se restauraron y están en un archivo en Concepción. Es uno de los archivos de música barroca más importante de América. Todos los años se hace un festival de música barroca en la Chiquitanía, donde se interpretan esas y otras piezas, obviamente, por parte de músicos y orquestas del lugar. Nos moríamos de ganas de comprar algo de música, pero los CDs en venta eran realmente muy caros, incluso en términos del peso argentino (unos $75 u $80 arg. por un solo CD... más caro que lo que nos costaba la noche de alojamiento en Concepción con desayuno).
También hay unos museos muy lindos y bien armados allí donde cuentan cómo fue todo el proceso de reconstrucción y muestran la vida de Hans Roth en Bolivia, así que valió mucho la pena conocer ese lugar.
A la tarde, mientras se nublaba y diluviaba sin parar, fuimos a otro de los pueblos de la Chiquitanía, llamado San Xavier, que está a 80 km de Concepción. Allí hay otra de las iglesias restauradas por Hans Roth, esta vez, íntegramente pintada por adentro: las columnas, paredes y cielorraso: otra maravilla. Justo llegamos cuando había una misa por un finado (glup!) que parece que era importante porque movilizó a todo el pueblo. Una vez terminada la celebración pudimos recorrer la iglesia y también el museo que está al lado, aunque éste y el museo "Germán Busch", que está al otro lado de la plaza, eran más chotitos y tristones.
Nuestro plan original era conocer los pueblos de San Miguel, San Rafael y Santa Ana, y desde ahí dirigirnos a San José de Chiquitos, cuya iglesia es la única de todo el conjunto que está hecha en piedra en lugar de madera, y que por lo tanto debe parecerse más a las ruinas de San Ignacio (Misiones), o a las estancias jesuíticas de Córdoba. Lo óptimo hubiera sido volver en el tren que hay desde allí a Santa Cruz, pero como veníamos diciendo, eso se frustró.
Lo primero que arruinó nuestros planes era que prácticamente no existe transporte desde Concepción a los tres pueblos que mencionamos recién; solamente una empresa de ómnibus que pasa a las doce de la noche y ni siquiera llega al destino que nosotros queríamos. Se corre el riesgo de no conseguir asiento y viajar parado por un camino de ripio durante 4 o 5 horas, y esto era más de lo que nuestro concepto de "turismo aventura" puede tolerar. Tampoco era fácil conseguir trufi, porque no hay mucha gente (ni choferes) que quieran ir en esa dirección.
Lo único que nos quedaba era volver a Santa Cruz y, según se hubiera resuelto el conflicto que mencionamos en el mail anterior, que está cortando dos de los tres pasos a la Argentina, decidir qué íbamos a hacer: ir a San José de Chiquitos desde Santa Cruz (porque hay transporte y el camino es bueno), o bien emprender el camino a Villazón-La Quiaca (Jujuy), el único paso habilitado. También pensamos que, si la ruta a Yacuiba-Salvador Mazza (Salta) estaba cortada, quizás el tren no lo estuviera.
Llegamos a Santa Cruz pero comprobamos que: 1) El tren a Yacuiba no está funcionando, por el corte; 2) Los cortes de ruta en Villa Montes siguen, y por lo tanto no se puede pasar a Argentina por Bermejo ni por Yacuiba; 3) Las únicas opciones para volver a Argentina son: a) pasar por Villazón, b) tomar un avión, c) ir hasta Asunción y entrar por Paraguay a Formosa.
Las opciones de avión y Paraguay son caras y difíciles, así que, como no teníamos ganas de arriesgarnos y prevemos que el regreso por Villazón va a ser largo, decidimos salir con tiempo y, en todo caso, recorrer un poco más Salta o Jujuy, con la seguridad de que no vamos a perder el avión de regreso a Bs. As.
Desde Santa Cruz no hay transporte directo a Villazón, así que lo más sencillo es hacer escala en Sucre (son nada menos que 14 hs de ómnibus), y una vez allí, sacar pasaje hacia Villazón, que deben ser otras 14 horas más. Si no estuviera este bloqueo de mierda, tardaríamos unas 8 horas en llegar a la frontera con Salta desde acá. Pero bueno: la ventaja es que tenemos días de sobra y podemos planificar un regreso alternativo. Salimos a las 17 hs y llegamos mañana, a eso de las 7.00 AM a Sucre. Lo que nos consuela es que vamos a parar unas horas (o una noche, según para cuándo consigamos pasaje a Villazón) en el hostal Santa Cecilia, uno de los lugares más lindos donde nos alojamos acá en Bolivia.

lunes, 23 de enero de 2012

Salta y Bolivia /6 Samaipata, refugio cruceño "high"

Estamos en Samaipata, una localidad verde en medio de los valles, a unos 130 km de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más grande (y más anti-Evo) de Bolivia.
Los habíamos dejado en Buena Vista, y al día siguiente, sábado 21 de enero, salimos para Santa Cruz de la Sierra. Por suerte
conseguimos chofer para compartir taxi (algo que se usa mucho por acá), y por suerte no manejaba tan bestialmente como el que nos llevó de Villa Tunari a Buena Vista. Además, no tuvimos que esperar tanto como aquella vez a que se llenara el auto en cuestión.
Cuando los autos son esos grandes, de tres filas de asientos, como el Hyundai H-1 por ejemplo, acá los llaman "surubí" o "trufi".
Nos sorprendió que todos los autos que se ven sean japoneses; la mayoría, de modelos que no hay en Argentina. Abundan los Toyota, Hyundai, Nissan y Mazda. Ocasionalmente algunos Hummer que, según escuchamos, son los autos que caracterizan a los narcos por acá (por suerte no vimos tantos).
Llegamos a Santa Cruz de la Sierra con este chofer simpático, que resultó llamarse Adán, y que nos resolvió en gran medida las cosas que teníamos que hacer en la ciudad porque además de llevarnos a Santa Cruz después, cuando se bajó el resto de los pasajeros, nos hizo también de taxista. Pudimos hacer todo lo que queríamos: ir a la terminal para averiguar para nuestro regreso a la Argentina, ir al banco para cambiar U$S por Bs., e ir a la parada donde salen los trufis a Samaipata, nuestro siguiente (y actual) destino.
Los bancos bolivianos merecen un párrafo aparte y son un modelo a seguir para los de Argentina. Tienen muchas cajas, permanentemente están atendiendo, y lo mejor de todo es que cuando llegás, según la operación que tengas que hacer te dan un tickecito y esperás SENTADO cómodamente en una silla tu turno. ¡Chapêau Bolivia! Por si esto fuera poco, tienen horario amplio (de 9 a 16, aunque algunos cortan al mediodía y hacen 9 a 12 / 14 a 16.30) y algunos abren los SÁBADOS a la mañana. ¡Genial! Esto nos resolvió el problema porque queríamos cambiar dólares y los bancos siempre nos resultan lo más confiable.
Luego de que Adán nos dejó en la parada, nos enteramos de que éste es un fin de semana largo, es decir que hoy lunes es feriado, y por lo tanto nos costó muchísimo lograr viajar hasta Samaipata porque prácticamente todos los cruceños y algunos extranjeros estaban huyendo para acá, que es un oasis al lado del horno que es la ciudad. Como el único medio de transporte es la mentada "trufi" o en su defecto un taxi compartido, estuvimos esperando como dos horas hasta que apareciera uno que tuviera lugar.
Logramos hacerlo pero viajamos como sardinas en lata: 6 pasajeros en un auto común y corriente, lo que hizo el viaje bastante tortuoso, sumado a lo desastroso que manejaba el chofer. Cometió prácticamente todas las infracciones existentes, excepto pasar semáforos en rojo porque no había, y el camino era de montaña así que generó algunos malestares estomacales, pero nada serio.
Afortunadamente, el viaje valió la pena, porque este pueblito es encantador. En opinión de Sofi (Vic adhiere no muy convencido) es lo más parecido a un pueblo del norte argentino, tipo Cachi. Tiene montañas, verde, es pintoresco y tiene negocios y restaurantes entre chic y hippies, dado el público sofisticado que viene acá. También se ven casas muy lindas y chalets tipo chacras, se ve que hay gente de plata en Santa Cruz. Una dificultad que logramos sortear fue la de conseguir alojamiento, porque si bien había mucha oferta, el pueblo estaba que explotaba con el tema del fin de semana largo. Luego de merodear por varios e irnos con la cabeza gacha, conseguimos en un golpe de suerte una habitación en el "Palacio del ajedrez" (sic) porque una familia había cancelado su reserva a último momento. El lugar es justamente un hotel que depende del Club de ajedrez, cuyo slogan es algo así como "agiliza tu mente, juega al ajedrez." Más allá de lo pintoresco, la verdad es que el hotel es muy lindo y cómodo. El precio es razonable, ya que acá no suelen hacer el argentinazo, es decir no ponen precios exorbitantes aunque sea finde largo. Nosotros pagamos 210 bolivianos el sábado y el domingo por el fin de semana largo, y además porque la única habitación disponible era una con cama matrimonial y dos camas más. El administrador, que se hace llamar "el profe Luna" porque es profesor de ajedrez, nos dijo que nos tenía que cobrar como si fuéramos 3 (70 Bs. por persona), pero que la noche del lunes nos la cobraba a 50 Bs cada uno (100 por la habitación). O sea que, en promedio, por las tres noches pagamos unos 170 Bs por noche: nada mal considerando que había lugares donde pedían 700 o donde llegaban a cobrar 300 Bs.
En Samaipata hay mucho por hacer aunque lo malo es que para casi todas las actividades hay que contratar una excursión y si uno suma, se le va bastante dinero con eso. Entonces tuvimos que seleccionar lo más potable para nosotros. Ayer fuimos a un sitio arqueológico llamado Fuerte de Samaipata, que fue declarado patrimonio de la humanidad en 1998 entre otras razones porque es un sitio pre incaico que se conserva muy bien. La verdad es que es muy lindo, hay una roca enorme toda tallada con distintos motivos zoomorfos y antropomorfos y tiene en los laterales nichos donde presuntamente se ubicaban estatuas o momias aunque lamentablemente la mayoría de esas reliquias fueron choreadas, como suele ocurrir. Luego fue ocupado por los incas, quienes construyeron una parte a su manera y finalmente por los españoles, quienes también dejaron sus construcciones. Por suerte nos tocó un día nublado, así que pudimos recorrerlo sin calcinarnos en exceso. Encontramos algunos mendocinos de Guaymallén en el Fuerte, que venían por un camino distinto al nuestro (desde Sucre, por el sur), y estuvieron en Valle Grande y La Higuera, el lugar donde mataron al Che Guevara.
Nosotros fuimos al Fuerte compartiendo un taxi con dos alemanes que están trabajando aquí en actividades vinculadas con la protección de los derechos humanos, especialmente con la violencia familiar. Realmente eran muy simpáticos y luego del paseo nos invitaron a almorzar junto con un matrimonio cruceño que los conocía (y su hijito), así que ahí seguimos la charla y nos pasamos las direcciones de mail.
Hoy fue nuestro último día completo en Samaipata, porque mañana vamos a Santa Cruz y de ahí a la Chiquitanía; por eso, decidimos aprovecharlo a full y después del almuerzo nos dirigimos a un lugar que se llama "los Chorros de las Cuevas" (en taxi de nuevo, lamentablemente no había otra opción porque está a 20 km de acá). Este nombre, que podría asociarse en Argentina con una banda de piratas del asfalto o con las tan mentadas "cuevas" de dólar paralelo, afortunadamente aquí sólo designa un lindo lugar donde se puede ir bordeando el río por una serie de pasarelas y caminos, y llegar a algunas cascadas donde refrescarse al estilo hidromasaje. Los alrededores son muy lindos y el día acompañó mucho. Tratamos de huir de las aglomeraciones estilo Mar del Plata, porque había bastante gente, pero por suerte nosotros llegamos mientras muchos se iban, y pudimos encontrar un rinconcito y unas cascadas donde estar medianamente tranquilos, refrescarnos y disfrutar de la tarde. Nos sorprendió mucho, en un momento, la llegada de un tipo grande y un grupo de muchachos que ostensiblemente pateaban para el otro lado (o, para decirlo delicadamente, se comían la galletita) y que no tenían mucho problema en mostrarlo. Decimos que es sorprendente porque Bolivia sigue siendo una sociedad tremendamente patriarcal y machista (con contadas excepciones), y suponemos que la intolerancia hacia los homosexuales es muy alta. Dos de ellos tenían una remera que decía "Grupo Juplas", y Google nos confirmó que efectivamente se trata de un grupo gay activista de Santa Cruz de la Sierra.
Algo que merece un párrafo en este viaje es el rubro de las empanadas. Las venimos probando desde Salta y Cachi, donde sabemos que son infalibles, pero también nos sorprendió bastante encontrarlas acá en Bolivia. Los bolivianos tienen dos nombres; "empanada" para las que son de queso (bastante chotas, tienen mucha masa y un queso feo y medio secón), y "salteñas" para las que son de charque, carne o pollo. Vic probó la salteña de carne en Tarija, cuando estaba recién hecha, y estaba muy buena. La masa era un poco más sequita que la argentina, como si tuviera harina de maíz, y el relleno era parecido a la empanada salteña, con carne, papa y verdeo. En otras regiones puede variar y llevar huevo, aceituna, etc. Pero lo más curioso es cuándo y cómo las comen. Si uno va por la zona del mercado a eso de las 9 o 10 de la mañana se encuentra con las mujeres vendiéndolas y las personas consumiéndolas (a veces fritas y con salsa de ají picante), o sea que para el mediodía normalmente no quedan. Aunque les parezca extraño, vimos algo parecido en Cachi: los foráneos comíamos empanadas al mediodía o a la noche, mientras los locales lo hacían a media mañana (fritas). No es extraño que el boliviano coma una comida completa como desayuno, con carne, papa y arroz; aunque a decir verdad, esta costumbre es habitual en toda Latinoamérica (como en Perú, Ecuador, México, etc.), o sea que los "raros" que desayunan "sólo" café con leche y tostadas venimos a ser nosotros.
Aunque no adoptamos la costumbre de desayunar tan pesado, sí terminamos acatando los horarios de almuerzo y cena, porque si no se corre el riesgo de no encontrar lugar donde comer. Los bolivianos suelen cortar todo de 12 a 14 para almorzar como algo sagrado, y en ese horario se puede almorzar rápido y muy bien a muy bajo precio (sopa, plato y "refresco" a 10 bolivianos: unos 6 o 7 pesos argentinos). La cena arranca a eso de las 18, hasta las 20 o 21 como máximo, así que estamos cenando tipo 20.30 hs, para felicidad de Vic y resignación de Sofi. A veces nos íbamos a dormir a las 22 hs porque ya no había nada más para hacer.
Una noche, aquí en Samaipata, como hay un poco más de oferta gastronómica, Sofi sugirió ir a una pizzería (la segunda que vemos en toda Bolivia) para variar un poco el menú, que a la hora de la cena generalmente es pollo "broaster" (= al spiedo). Lo desafortunado fue que era el restaurante más lento del universo: iban sirviendo de a UNA mesa por vez (y estaba lleno). Hasta que no terminaba un grupo de gente, no servian a otro. La cuestión es que esperamos una hora, algo inaudito en estas tierras. Teníamos un hambre de rinoceronte y la pizza, si bien estaba buena (nunca como en Argentina, pero era casera), no era tan abundante. Así que con eso escarmentamos y seguiremos comiendo el menú local, como corresponde.
Una última cosa que nos tiene pendientes de las noticias es que, desde hace algunos días, hay una protesta local que está cortando rutas en los caminos que llevan a Salta, Argentina (tanto Yacuiba-Salvador Mazza como Bermejo-Aguas Blancas), pero no por un conflicto con Argentina, sino por problemas entre el gobierno de Evo Morales y (aunque no lo crean) un grupo indígena. Parece que este segundo período le va a ser difícil, porque muchas personas de muchos lugares y clases sociales diferentes estaban disconformes con él. La cuestión es que, por ahora, sólo se puede volver via Villazón-La Quiaca, pero confiamos en que el conflicto se resuelva antes de que tengamos que regresar. Y en última instancia, nos queda la opción de cambiar un poco el itinerario de regreso.

viernes, 20 de enero de 2012

Salta y Bolivia /5 Buena Vista, tierra de mosquitos y café

Acá estamos, cumpliendo un poco el anuncio del último post, porque en Villa Tunari (ubicado en la región del Chapare), si bien había Internet, éste no nos quedaba tan a mano, y afortunadamente podemos decir que tuvimos mucho para hacer.
Los habíamos dejado en Cochabamba, una ciudad que nos decepcionó un poco excepto por esos helados, licuados y yogures frozen riquísimos que hacen que valga (un poco) la pena el paso por ahí.
Con buen criterio, salimos para Villa Tunari el lunes 16 de enero. Lo único malo es la drástica diferencia del transporte entre Bolivia y Argentina en el transporte de corta y media distancia. Para no ser injustos, digamos que hay ventajas y desventajas: la ventaja es que en general los choferes son más amables, los precios son más accesibles y hay más "flexibilidad" sobre los momentos de subida y bajada de las personas. Pero esto mismo puede convertirse en un problema, porque a veces, para hacerse de unos mangos, los choferes suben gente por el camino (pueden ser viejos o madres con chiquitos) y éstos deben ir parados durante horas. Digamos que a la gente que no vive en ciudades no les queda otra manera de movilizarse. También las personas suelen hacer detener el micro a discreción, para bajarse o para satisfacer brevemente sus necesidades fisiológicas. El otro gran problema es que, para asegurarse la inversión, este tipo de transportes esperan a llenar la capacidad de pasajeros hasta salir (eso también explica por qué los que suben en el camino viajan parados). Entonces, como cometimos el error de llegar a eso de las 12.30 a la parada de ómnibus, tuvimos que esperar a que los pasajeros que iban a tomarlo almorzaran y luego se decidieran a subir. En conclusión, salimos como una hora más tarde, cerca de las 13.30 hs.
El micro era grande y cómodo, muy estable, y toda la ruta estaba asfaltada y con mantenimiento continuo porque se supone que ésta es época de lluvias y derrumbes (aunque paradójicamente hay una gran sequía). Tardamos más o menos 3 1/2 hs y llegamos a eso de las 17.00 a Villa Tunari: ¡fuimos los únicos en bajar ahí! Afortunadamente, eso no quiere decir que nos hayamos equivocado. Villa Tunari es un pueblito pintoresco, con una altura sobre el nivel del mar mucho más cercana a la de las pampas (unos 300 msnm), y con un calor que también podría competir con el del verano porteño y sudafricano. La pequeñez del pueblo, el calor y las calles empedradas recuerdan un poco a San Ignacio, en Misiones. La diferencia es que por suerte no se ve tanta miseria acá, y que además no vimos chicos pidiendo: solamente en algunas ciudades grandes como Cochabamba.
Apenas llegamos nos dirigimos a la plaza principal y fuimos a la oficina de información turística. Ahí nos dieron buenos datos de un hostal donde finalmente nos quedamos 3 noches. El lugar era muy, muy lindo, cuidado, con algo fundamental: ¡una pileta! La doble nos costaba 160 bolivianos, algo así como $100 o $120 arg. por noche; ¡una bicoca! Y el nombre del propietario era digno de recordarse: Ray Charles Paz Gómez (aunque todos le llaman "el Ray", pronunciándolo con "a").
En Villa Tunari, quizás porque hay una mujer suiza que está colaborando con la parte de turismo, te dan bastante información y una buena idea de lo que hay para hacer. Esa tarde, como estábamos agotados por el viaje, nos la pasamos en la pileta, después nos dimos una buena ducha y nos castigamos en el restaurante más lindo, comiendo un plato excelente y super abundante de surubí, que es una de las especialidades locales. La comida es tan abundante que los platos se pueden compartir sin mucho problema.
Al día siguiente fuimos a una reserva ecológica llamada Parque Machía, que está a 1 km de Villa Tunari, donde recuperan animales que han estado en cautiverio: vimos monos tití y monos araña, aunque también hay aves y hasta un puma. Los monos araña, como están acostumbrados a estar en contacto con la gente, se acercan sin problema e incluso te dan la mano. A nosotros se nos acercó una hembra con su cría, ¡eran muy lindos! El parque tenía un sendero que llevaba a un mirador donde se veía el río y todala zona, fue un paseo muy lindo. La única excepción era que además de nosotros y otros turistas había una familia numerosa local que hacía un quilombo bárbaro, espantando otros animales que posiblemente se nos hubieran acercado también. El padre de la familia incluso se paró en el borde del mirador para que le sacaran una foto... En conclusión, parece que la boludez no es un atributo exclusivamente argentino.
Por la tarde fuimos a otro lugar que nos recomendaron en turismo, que se llama "La jungla". Es un parque privado donde hay roldanas y hamacas gigantes desde las que uno se puede tirar. Además tiene acceso al río, hay un camping y un restaurant. Como se podrán imaginar, quien se tiró de todos esos juegos vertiginosos fue Vic mientras Sofi miraba de abajo sacándole unas lindas fotos. Luego de tanta adrenalina, partimos para el río, donde estuvimos un rato hasta que vimos unas nubes densas y escuchamos ruidos de truenos. Eso nos acobardó y nos guarecimos en el restaurant, donde estaba el dueño del lugar cocinando. Él nos dijo que no iba a llover y efectivamente tuvo razón, pero ya era un poco tarde para regresar al río. Nos quedamos charlando un buen rato con el señor y nos contó que era músico y había tocado en un grupo que acompañó a Evo Morales durante su primera campaña presidencial, así que lo conocía bastante. Dijo que al principio lo apoyaba mucho, pero que ahora ya no le estaba gustando tanto su entorno y el hecho de que según él, estaba apoyando a los fabricantes de cocaína.
De La jungla nos fuimos directamente a zambullirnos en la pileta del hostal, donde era permitido bañarse hasta las 10 de la noche, ¡excelente! A la noche nos castigamos nuevamente con surubí, pero en otro restaurante.
Al segundo día hicimos una excursión medio fallida, porque habíamos ido nuevamente a la oficina de Turismo y uno de los muchachos que trabaja allí (que es de La Paz pero vive hace unos meses en Villa Tunari) nos dijo que tenía que ir a Puerto San Francisco, un lugar desde donde se hacen excursiones en bote por uno de los ríos, a relevar datos para la página web. Entonces nos invitó a ir con él y su compañera (llamada "Fransia", con "s") así abaratábamos costos. Partimos entusiasmados con la idea del paseo en bote, pero para llegar a destino tuvimos que tomar 1) mototaxi 2) combi con batería que hacía cortocircuito por un camino de piedra hasta un pueblo 3) otra combi un poco mejor hasta Puerto San Francisco. Demoramos como 40 minutos y cuando llegamos, los muchachos de turismo no encontraban a quienes hacían los paseos. Al cabo de unos 15 minutos dieron con uno de ellos y le hicieron un cuestionario preguntándole en qué consistía el servicio, cuánto costaba, etc. Luego, fuimos a entrevistar a otro, lo mismo, y eso fue todo: en conclusión, nos quedamos sin paseo. La excursión era muy cara para hacerla nosotros dos solos, porque costaba la hora 200 bolivianos (unos $ 170 nuestros) y una hora era muy poco para poder conocer algo.
Así que volvimos un tanto frustrados y muertos de calor. Por suerte, la pileta del hostal nos estaba esperando!!! Y obviamente, nuestra clásica cena con pescado, esta vez, un pacú que estaba riquísimo.
Ayer, jueves 19, la suerte volvió a sonreírnos, porque volvimos a ir con Fransia y Vladimir, de Turismo, compartiendo taxi hasta un Parque Nacional que tiene la región, llamado P. N. Carrasco.
Allá se puede hacer una visita guiada por una senda que va por el medio de la selva, con varias paradas informativas, y se llega a una serie de cuevas donde hay animales característicos de la región: por un lado, murciélagos frugívoros (= que comen frutos); en segundo lugar, unas aves nocturnas muy raras, casi ciegas, que se orientan con sonido igual que los murciélagos, llamadas guácharos; y en tercer lugar, otra cueva con murciélagos. Por suerte a la cueva de murciélagos hematófagos (= que se alimentan de sangre, también llamados "vampiros", aunque no son los de la saga adolescente), no entramos. Esta vez hicimos todo el circuito con el guía, que sabía mucho y además tenía buen sentido del humor, incluyendo un cruce y regreso por encima del río en una casillita que se desplaza por dos cables de acero con una roldana. Después les mostraremos el video.
Como terminamos temprano con la visita al Parque (y muy contentos), decidimos levantar campamento ese mismo día a nuestro próximo destino: Buena Vista, a solo 100 km de Santa Cruz de la Sierra. Llegamos ayer, conseguimos alojamiento, cena (unas brochettes de carne con un nombre raro, "pacumutos", o algo así) y a dormir. La dueña del hospedaje es una señora que es todo un personaje (por si la quieren googlear, se llama Delcy Antelo) y que tiene un grupo musical (algo así como una Estela Raval boliviana). Además, sus hijas fueron elegidas Reinas del café y no sabemos cuántas cosas más.
Hoy aprovechamos el día a pleno; fuimos a conocer una hacienda de café llamada El cafetal, y lamentamos decirles que, al menos en una época, el afamado café Cabrales provenía de ¡Bolivia! Así es, parece que esta tierra no deja de sorprendernos. Allá hicimos una caminata larga (y un poco calurosa) hasta el río Surutú, donde nos bañamos y almorzamos. Volvimos por el camino acosados por los mosquitos y por dos perros locales que nos hacían compañía, y después disfrutamos de la pileta de la hacienda y nos hicieron el "tour del café", con un paseo por el lugar, vimos las plantas de café, aprendimos sobre cómo se procesa el fruto y tuvimos una rica degustación. Parece que es un café orgánico de primerísima calidad que se exporta casi por completo a Holanda (ni siquiera lo tuestan acá). Por supuesto, nos compramos un paquete ya tostado y molido, para tener un rico recuerdo cuando volvamos a casa.
Mañana salimos para un lugar llamado Samaipata, que también promete ser lindo, cerca de donde mataron al Che Guevara, por lo que suponemos que puede haber algunos hippies haciendo la "ruta del Che". Después de eso, nos esperan las misiones jesuíticas de la Chiquitanía.
Perdón por hacerlo tan largo, ¡es que había mucho que contar!

domingo, 15 de enero de 2012

Salta y Bolivia /4 Cochabamba, parada intermedia

Los habíamos dejado en Sucre, con la incertidumbre de conseguir o no pasaje a Cochabamba. Por suerte, nos tomamos el trabajo de madrugar y a las 7:15 de la mañana estábamos en la terminal, donde a los 10 minutos ya teníamos el pasaje en coche semicama. Luego, volvimos al hostal y seguimos durmiendo un rato más, porque no tenían horario restringido para desayunar ni para desocupar la habitación, lo que fue un alivio para nosotros. Vamos a extrañar ese hostal, el más lindo de todos aquellos en los que estuvimos en Bolivia (en el viaje anterior, y en éste también).
En Sucre no nos quedaba demasiado por conocer, ya que nos habíamos saturado un poco de iglesias y museos. Entonces nos fuimos al cementerio porque nos habían dicho que era muy lindo y estaban enterrados muchos próceres bolivianos. Supuestamente, a la entrada iba a haber "niños guía" (sic) que nos iban a contar la historia de esos muertos ilustres. Sin embargo, cuando llegamos, no vimos ningún niño guía, así que tuvimos que recorrerlo nosotros mismos y especular acerca de quiénes serían los que estaban enterrados en cada lugar. El cementerio no tiene esa cosa del norte argentino (no es, por ejemplo, como el de Cachi), excepto por algunos detalles de sincretismo cristiano-pagano: algunos nichos tenían vasitos de agua o botellitas de Fanta o Johnny Walker en miniatura, como si fuera un suministro necesario para el "largo viaje". El lugar es lindo y muy bien parquizado, como todas las plazas y espacios verdes de Bolivia, y tiene algo similar con el de la Recoleta de Buenos Aires, por los pasillos y los cipreses antiguos, aunque el de Sucre tiene un poco más de espacio y las tumbas no están tan apretadas.

No sabemos bien cuándo volveremos a escribir, aunque todo indica que nuestros próximos destinos también poseen Internet. A 10 años de nuestra primera visita a Bolivia, hubo algunos cambios grandes. En primer lugar, a nivel tecnológico, los cyber y los negocios de celulares están por todas partes, como también ocurrió en Argentina, en Latinoamérica, probablemente en todo el mundo. En segundo lugar, hubo grandes avances en cuanto a la mejora de las rutas y caminos acá en Bolivia (un país que prácticamente no tenía rutas asfaltadas), y la regulación del transporte en general. Ahora las tarifas están establecidas por un ente (antes te cobraban según el "jetómetro" y también los precios podían aumentar más cuanto más cerca de salir estuviera el ómnibus), y además los tickets de los pasajes y del equipaje se ven más confiables.
En cuanto al asfalto, valga como ejemplo el excelente camino entre Bermejo y Tarija. Lamentablemente, debemos decir que los beneficios de las rutas asfaltadas no siempre nos tocan. El camino de Tarija a Sucre estaba, podríamos decir "50/50", porque están avanzando en su pavimentación y había partes de ripio y partes de asfalto (o al menos de cemento, a las que le falta solo la carpeta asfáltica). Otra cosa que hay que señalar es que pavimentar un país como Bolivia no es nada fácil, porque la mayoría son caminos de montaña, con mucha curva, contracurva, subida y bajada.
El camino que recorrimos ayer, de Sucre a Cochabamba, lamentablemente no está dentro del feliz grupo de los asfaltados. Después de más o menos una hora u hora y media de salir, el camino pareció decirnos "lo bueno dura poco", y empezó un ripio durísimo que nos acompañó durante muchas horas. Por suerte, sin embargo, esta vez habíamos tenido la precaución de sacar semicama, así que estábamos muy cómodos, y además nos habíamos hecho unos sándwiches porque ya estamos empezando a cansarnos de comer siempre comida parecida y queremos escaparle un poco a la omnipresente fritura.
Lo más fulero fue que el bondi tuvo la descortesía de llegar más temprano que lo previsto a Cochabamba, así que estábamos acá un domingo a las 4:30 de la mañana, esperando en la terminal a que se hiciera de día para poder arrancar.
Por suerte, nos hicimos amigos de una pareja de argentinos que (miren lo chico que es el mundo) ¡viven en Tolosa y estudian en la Facultad de Humanidades de La Plata! Asi que estuvimos charlando con ellos, tomando mate y después, cuando abrió la oficinita de información turística, nos informamos de dónde quedarnos y qué cosas se pueden hacer. Lamentablemente, como es domingo está todo cerrado, inclusive museos y sitios históricos. Prácticamente lo único que se podía hacer era ir al teleférico, pero cuando llegamos, había una cola tremenda y sólo 3 carritos que subían y 3 que bajaban. Es decir que la espera iba a ser eterna y, además, ya habíamos tenido una experiencia similar en Salta, así que no era algo que nos moríamos por hacer. Entonces, simplemente nos fuimos a la plaza principal a tomar el fresco, como buena parte de los cochabambinos.
Una cosa muy rescatable de la ciudad es la proliferación de heladerías con muy buen aspecto, inclusive encontramos una que vende frozen yogur, que ya degustamos ¡y es riquísimo! También se consiguen, a precios super accesibles, riquísimos licuados de fruta; por ejemplo, un licuado de papaya y leche inolvidable, a tan solo 4$ bolivianos (unos $2,60 arg).
Mañana vamos a un lugar cercano llamado Villa Tunari, que dicen que es muy lindo y que está cerca de zonas verdes y áreas protegidas; después, nos quedan por delante sólo rutas asfaltadas (por fin), a menos que consigamos viajar en el tren que va a la Chiquitanía, que dicen que es muy lindo, y calor tropical.

viernes, 13 de enero de 2012

Salta y Bolivia /3 Desde Sucre, bella ciudad colonial

Acá estamos, en Sucre. Llegamos ayer, aunque parece más tiempo.
Retomando desde donde los habíamos dejado, un cambio importante fue que nos quedamos dos noches en Tarija en lugar de tres, porque los ómnibus salían a la tarde y por lo tanto íbamos a poder aprovechar la mañana; además, descubrimos que no había tanto para hacer, porque nos tocaron algunos días medio nublados y con lluvia, y por eso tuvimos que descartar los balnearios de la zona, como Coimata o Tomatas Grande.
Fuimos al pueblito de San Lorenzo, pero nos desilusionó un poco porque no había mucho para conocer: era solamente un pueblito sencillo con algunos edificios coloniales. Almorzamos en un lugar llamado Tomatitas, tratando de comer algo del pescado local, pero el almuerzo resultó ser mucho más caro y escaso de lo que veníamos acostumbrados. Vic se le animó al "misquinchos", un plato parecido a los cornalitos fritos, con mote (maíz blanco hervido) y una particularidad: cangrejitos de no más de 5 cm, fritos también. Hay fotos que atestiguan que se los comió.
El miércoles 11 aprovechamos la mañana para conocer el Valle de Concepción, recorrer el pueblo y visitar un par de bodegas locales. Además del singani (aguardiente de uva), hacen unos vinos más bien dulces, como el oporto, el semidulce (que para mi gusto es extra-dulce) y el "cholero". Para desquitarnos por el fiasco del día anterior (y por una cena que también dejó mucho que desear) almorzamos en una bodega llamada Casa vieja, en un lugar muy agradable con vista a los viñedos. Volvimos a la terminal y salimos de Tarija a eso de las 17.00 hs, y llegamos más o menos a las 6.30 de la mañana a la terminal de ómnibus de Sucre.
El viaje fue un poco agotador por dos razones: primero, porque no conseguimos semicama y tuvimos que ir en un ómnibus "normal", en el que los asientos se reclinan, pero poquito. Además, el camino de Tarija a Potosí y Sucre es difícil, bien de montaña, con mucha curva, contracurva, subidas y bajadas. Por suerte, de a poco lo van mejorando y asfaltando, pero todavía tiene tramos de ripio que hacían la tarea de dormir algo bastante complicado. En el camino había algunos paisajes muy lindos, y un par de pueblos de montaña, bien de puna, muy bonitos. Seguramente hace mucho frío en toda esa zona, pero en el ómnibus no se sufría demasiado.
Una vez en Sucre, tuvimos que hacer un poco de tiempo para lograr que nos atendieran en la oficina de información turística. Pero para lo único que nos sirvió fue para obtener un mapa de la ciudad, porque la empleada era desastrosa! A toda costa quería que fuéramos a "Parque Cretácico", un lugar privado donde reconstruyeron en tamaño natural los dinosaurios que presuntamente habitaban la región. No nos dio ninguna información coherente sobre alojamiento así que una vez más agradecimos tener nuestra Guía del Buen Pirata edición 2012.
Luego de buscar un poco, encontramos un hostal lindísimo y a muy buen precio, donde estamos realmente muy cómodos y bien atendidos. También tiene la posibilidad de usar la cocina así que estamos aprovechando para hacer comida casera (y con verdurasssssssss!!!!!!!) porque la gastronomía local nos había cansado un poco.
Sucre es una ciudad colonial, como dijimos anteriormente, así que más que nada se pueden conocer iglesias antiguas, museos y sitios históricos, pero es realmente muy pintoresca. Ayer fuimos primero a la Recoleta, donde hay una plaza con un mirador muy lindo de toda la ciudad, y después al convento Santa Clara, donde aún hay monjas de clausura (la mayor de ellas tiene 100 años) y por suerte nos hicieron una visita guiada muy completa e interesante. Nos queda pendiente aún probar los dulces que elaboran las monjitas que deben ser "bocatto di cardinale". Luego fuimos al museo de la Catedral y nos sorprendió saber que la Catedral permanece prácticamente cerrada todo el tiempo, sólo dan misa los jueves a la mañana y el domingo, el resto del tiempo no se puede ingresar. Finalmente, nos dirigimos a la Casa de la libertad, donde también pudimos engancharnos en la visita guiada, con un guía que era un fenómeno, hacía muchos chistes y sabía un montón de historia. La Casa de la libertad fue el lugar donde hubo la primera revolución de Latinoamérica. Inclusive tiene la primera bandera que mandó a hacer Belgrano, que era blanca-celeste-blanca, a la inversa de la actual.
Hoy visitamos la iglesia San Felipe de Nery, donde se puede subir al techo y hay una vista espectacular de todo Sucre. Hace un rato visitamos el museo Charcas, que pertenece a la Universidad San Francisco Xavier (una de las más antiguas de Latinoamérica). El museo era gigante y creemos que con eso ya cubrimos nuestra dosis de restos indígenas, pinturas religiosas y cuadros contemporáneos por un buen rato.
Nuestro próximo objetivo es dirigirnos a la ciudad de Cochabamba, y de ahí empezar a ir hacia el Oriente boliviano, la zona más selvática y tropical. Hoy intentamos sacar pasaje para mañana pero fracasamos miserablemente porque los pasajes de ómnibus a Cochabamba sólo se venden en el día (??). Esta lógica obedece a que, como el camino es de ripio y bastante feo, tienen que asegurarse de que el ómnibus llegue bien para poder vender los pasajes... Para no sufrir tanto esta vez, queremos estar seguros de conseguir semi-cama, y por suerte a partir de Cochabamba sólo nos quedan caminos asfaltados por delante, lo cual va a ser un alivio para nosotros cuando viajemos.

lunes, 9 de enero de 2012

Salta y Bolivia /2 Desde Tarija, tierra de milanesas y vino

Acá estamos, ya instalados en Bolivia, y recién levantados después de una siesta reparadora. Ayer y hoy tuvimos un traqueteo importante.
Recapitulando, los habíamos dejado en Cachi, pueblo apacible en el que aprovechamos para descansar y recargar las pilas. Lo único frustrante fue que no pudimos hacer una excursión a Las Pailas, unas ruinas que están a 16 km del pueblo, así que la falta de vehículo nos limitó a todo lo que podía hacerse a pie: visitar el museo arqueológico, la iglesia, el cementerio; apreciar la vista desde los diversos miradores, y visitar el sitio arqueológico "El tero", el cual tiene más buena voluntad que ruinas propiamente dichas, y que no nos sorprende demasiado después de haber visitado las ruinas de Quilmes (Tucumán), el Pucará de Tilcara (Jujuy) o el Shinkal (Catamarca).
Ayer hicimos tiempo después de desocupar la habitación, comimos de almuerzo unas riquísimas empanadas caseras (algo que nunca falla en esa zona), y a las 14 hs salimos de Cachi rumbo a Salta capital, con el mismo remissero que a la ida (Remises El Milagro, una empresa que sale más barata que los destruidos micros de Marcos Rueda). Esta vez fue un poco más rápido y se sintieron más las curvas, así que al llegar estábamos un poco "boleados" por la diferencia de altura, el horario (ya hacía calor), y el bamboleo del auto.
Llegamos sanos y salvos a la terminal de ómnibus de Salta a eso de las 17.30 hs, y teníamos que hacer tiempo nuevamente porque, por alguna misteriosa razón, todos los ómnibus a Pocitos/Aguas Blancas (uno de los límites internacionales con Bolivia, cruzando el río Bermejo por la provincia de Salta) salían a la madrugada: 0.30, 1.00, 2.00 hs. Sacamos pasaje para el que más temprano salía y dejamos las mochilas en la guardería de la terminal, para no andar acarreándolas. Además, nos comimos un buen tostado de jamón y queso con yogur bebible (ella) o cortadito (él).
En Salta fuimos a la plaza a hacer tiempo, y después paseamos un poco por la calle Balcarce, cerca de la vieja estación de tren, donde se arma un paseo de artesanos y además hay restaurantes, boliches y bares que recuerdan, muy remotamente, algunas partes de Plaza Serrano, en Palermo. Pero la realidad es que estábamos tan cansados que ninguna de las artesanías nos llamó demasiado la atención.
Aprovechamos la proliferación de restaurantes y las bondades de tener tarjeta de débito para comer una rica cena antes de enfilar nuevamente para la terminal. El micro, de empresa Balut, salió con cierto retraso (supuestamente estuvo casi una hora "cargando gasoil"), pero finalmente el semicama resultó ser muy cómodo, así que apoliyamos sin problema.
Pasamos por Orán y llegamos a la frontera con Bolivia a las 6:30 de la matina, y comprendimos el por qué del horario: a esa hora no hace calor y está todo súper tranquilo, así que realmente el trámite para ingresar al hermano país fue muy rápido. La verdad es que la decisión de venir por Aguas Blancas-Bermejo fue acertada, porque seguramente en Salvador Mazza-Yacuiba iba a haber mucha más gente. Una vez que cruzamos a pie el puente que divide Argentina con Bolivia, fuimos a la terminal de Bermejo y ya nos habían recomendado tomarnos un remisse compartido para venir a Tarija en lugar de esperar el micro. Así que eso hicimos, era un auto muy cómodo y moderno, con 3 filas de asientos, y ahí viajamos lo más bien. Nos costó unos $70 argentinos por los dos (con pesos bolivianos sale más barato, 50 Bs. por persona) y el viaje duró unas tres horas. Además, gracias a Evo, la ruta hacia Tarija está excelente, toda asfaltada, con nuevos puentes y unos túneles impresionantes que atraviesan la montaña. Da un poco de miedito observar el camino antiguo y los viejos puentes y pensar lo que sería, hace algunos años, transitar esa ruta de un solo carril de ripio y caminos de cornisa.
El paisaje del recorrido es espectacular, comienza tropical y se va transformando en sierra. Además, en buena parte del camino teníamos a la mano izquierda territorio argentino, más específicamente el parque nacional Baritú, que según nos dijo el chofer, es muy lindo (quizás porque es uno de los parques más inaccesibles de todo el país).
El camino era bastante sinuoso, tipo Cachi-Salta, pero por suerte la cena ya había sido digerida correctamente y tuvimos la perspicacia de no tomar desayuno, así que no sufrimos contratiempos digestivos (no podemos decir lo mismo de la señora que iba en el asiento de atrás, quien se había venido desde ¡USHUAIA! No era para menos...)
Llegamos a Tarija y realmente nos impresionó muy bien: es una ciudad moderna que conserva algunas edificaciones antiguas, porque fue fundada en el s. XVI. Realmente no tiene nada que ver con la otra mitad de Bolivia que conocimos allá por 2002. La gente es muy extrovertida y conversadora, e incluso las cholas usan pollera a la rodilla, ¿qué tal? Pero la mayoría de la gente se viste con ropa moderna, y muchos podrían pasar tranquilamente por argentinos. No resulta fácil distinguir a los salteños de los bolivianos de esta región.
Fuimos a la oficina de Turismo y allí nos consiguieron un buen alojamiento en zona céntrica y con baño privado. Eso sí, los precios ya no parecen ser los de antes, están bastante parecidos a los de Argentina, al menos en cuanto a alojamiento (la doble con baño privado, (mini)TV y desayuno incluido en el residencial Zevallos de la calle Sucre está 170 pesos bolivianos: unos $106 argentinos aproxiamadamente). Por suerte, el traer dólares nos favorece mucho en cuanto al cambio, porque el peso argentino lo cambian bastante mal (como suele ocurrir).
En comida Bolivia sí sigue siendo muy barata; por ejemplo, hoy almorzamos los dos por $20, ¿adivinen qué cosa? Milanesa a la napolitana con papas fritas y arroz. Lo más increíble del asunto es que la carne estaba riquísima, muy tierna... ¿cuál será el secreto?? Hay cosas que es mejor no saber. Por si fuera poco, el restaurant contaba con un moderno "salad bar" gratis.
Otra cosa que nos llamó mucho la atención fue que, después de dejar la parte selvática, llegamos a un llano más seco y árido donde hay viña y, aunque no lo crean, esta región tiene una producción bastante importante de vinos. Existe, incluso, una "ruta del vino y del singani" (un aguardiente de uva similar a la grapa o el pisco) tarijeña, que quizás algún día haga temblar a Mendoza, San Juan y Cafayate, ¿quién sabe?
Justamente tenemos pensado (o Vic, al menos) comprobar empíricamente y con un muy serio estudio de campo si la calidad de los vinos tarijeños es tan buena como dicen. Nos quedaremos tres noches en Tarija, y queremos recorrer San Lorenzo, un pueblito pintoresco que tiene su bodega para visitar, y alguno de los balnearios que hay en la zona, que al parecer también prometen ser buenos para refrescarse, aunque a decir verdad no hace demasiado calor.
El tiempo es ordenado, como el de Cachi: llegamos con sol, después se amontonaron nubes y llovió a la tarde, así que ahora la tardecita está fresca.
Nuestro plan es continuar el jueves hacia Sucre, una ciudad colonial que promete, y de la que todos nos hablaron muy bien, y de ahí seguir dando la vuelta en el sentido de las agujas del reloj, pasando por Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, culminando el recorrido con los pueblitos de la Chiquitanía, en el este u "Oriente" boliviano. Es la zona de las misiones jesuíticas, así que, si vieron la película "La misión" (con música del programa de Mariano Grondona), sabrán de qué estamos hablando.